Así como cuando te da hambre a media noche.
Tu estomago comienza a revolverse y sientes un vació horroroso.
A decir verdad, que te de hambre a media noche es mucho peor que cuando andas en una etapa de enamoramiento, ya sabes, cuando las mariposas revolotean por allí y chocan con alguna tripa.
Y luego te pones a pensar que quizás debiste comer algo antes de acostarte. Que no quieres ir a la cocina (que solo a esta a unos metros de distancia) no porque te da pereza, oh no, realmente es porque llevas varias noches escuchando sonidos extraños desde afuera y que simplemente te da terror asomarte a ver que es.
Y te encuentras allí mirando el techo blanco de tu habitación, las luces de los carros se cuelan por tu ventana y escuchas como la ciudad respira profundamente entre sueños.
Piensas que el hambre que te ataca justo a media noche no solo es porque quieres comida, oh no, quizás tu estomago pide que te meriendes al mundo y que te tomes una merengada del universo. Que vivas plenamente y que comas, comas y comas. Porque al fin y al cabo: lo que no mata, engorda.
Bueno, así.
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