Hubo un tiempo (hace bastante
tiempo) donde podía observar todo como
si fuera una película. Escenas con musicalización y sonidos ambiente.
Perdí esa cualidad cuando deje de
ir al cine tan seguido y se me hacía aburrido ver un DVD. Mi vida se tornó
real, humana y no era una línea de tiempo. Era solo real.
Se me hizo difícil saber si mientras desayunaba
la cámara se ubicaba a mi derecha o a mi
izquierda. Si mientras las hojas de los arboles caían de fondo sonaba alguna
canción de Cibelle.
Eso coincidió comúnmente cuando
me encontré enamorada, cuando por primera vez, me descubrí enamorada. Enamorada
sí, pero sin posibilidad de entregar mi amor.
Ahora, meses después, esa
cualidad ha vuelto a mí.
Ha sido suficiente el
entrenamiento al ver películas hasta la madrugada con buena compañía y dos
colchones en el suelo.
Hoy, sin más, esa visión que
tanto extrañaba ha vuelto a mí.
Y de cierta forma es maravilloso observar los
recuerdos como escenas. Sabría exactamente como colorizar a aquella vez que me
encontré en el piso llorando. O la vez en que golpee la pared tan fuerte que
los nudillos me sangraron.
También podría sonorizar esa
salida a comer helado con unas viejas amigas. O el día que entendí que todo era
real. Cuando acepte. Cuando me acompañaron. Cuando yo acompañe a los demás. Ese
abrazo en el metro. Cuentos de terror una madrugada de Julio. Descubrir en un
cuarto cosas que te revuelven el estómago. El discurso del desarma bombas. Gente
que te miente a la cara. Viajes sorpresas a Maracay. Propuestas indecentes.
Lunas de ámbar mientras te montas en un autobús a las tres de la mañana.
Metidas de pata en el callejón. Despertar gritando a las 4 de la mañana.
Disculpas a la cumpleañera. Salidas a comer arroz chino.
Abrazos, besos, lágrimas, risas,
temblores, rasguños, pestañeos.
…
Tantos momentos pasan ante mis
ojos, como si de una tira de celuloide se tratara.
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