Sal con una chica que lee.



Sal con una chica que lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que lee.

O mejor aún, a una que escriba.

Por Rosemarie Urquico.

viernes, 27 de diciembre de 2013

Celuloide.


Hubo un tiempo (hace bastante tiempo)  donde podía observar todo como si fuera una película. Escenas con musicalización y sonidos ambiente.
Perdí esa cualidad cuando deje de ir al cine tan seguido y se me hacía aburrido ver un DVD. Mi vida se tornó real, humana y no era una línea de tiempo. Era solo real.

Se me hizo difícil saber si mientras desayunaba la cámara se  ubicaba a mi derecha o a mi izquierda. Si mientras las hojas de los arboles caían de fondo sonaba alguna canción de Cibelle.

Eso coincidió comúnmente cuando me encontré enamorada, cuando por primera vez, me descubrí enamorada. Enamorada sí, pero sin posibilidad de entregar mi amor.

Ahora, meses después, esa cualidad ha vuelto a mí. 

Ha sido suficiente el entrenamiento al ver películas hasta la madrugada con buena compañía y dos colchones en el suelo.

Hoy, sin más, esa visión que tanto extrañaba ha vuelto a mí.

Y de cierta forma es maravilloso observar los recuerdos como escenas. Sabría exactamente como colorizar a aquella vez que me encontré en el piso llorando. O la vez en que golpee la pared tan fuerte que los nudillos me sangraron. 

También podría sonorizar esa salida a comer helado con unas viejas amigas. O el día que entendí que todo era real. Cuando acepte. Cuando me acompañaron. Cuando yo acompañe a los demás. Ese abrazo en el metro. Cuentos de terror una madrugada de Julio. Descubrir en un cuarto cosas que te revuelven el estómago. El discurso del desarma bombas. Gente que te miente a la cara. Viajes sorpresas a Maracay. Propuestas indecentes. Lunas de ámbar mientras te montas en un autobús a las tres de la mañana. Metidas de pata en el callejón. Despertar gritando a las 4 de la mañana. Disculpas a la cumpleañera. Salidas a comer arroz chino.

Abrazos, besos, lágrimas, risas, temblores, rasguños, pestañeos.


Tantos momentos pasan ante mis ojos, como si de una tira de celuloide se tratara.

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